En estas confesiones de un poeta borracho doy rienda suelta a mis perversiones más profundas como la poesía, bien creativa, bien íntima; la escritura de relatos cortos, la poesía en la música, reseñas de cine, la literatura, el arte o la pintura.
De pie, frente al espejo, se miraba mientras se abrochaba su camisa blanca, era una mirada profunda capaz de traspasar al propio cristal y rebotar contra la pared; una mirada de concentración, pues hoy iba a dar su último concierto. Cuando hubo terminado de abrocharse los puños de la camisa cogió la corbata morada que había dejado sobre el mueble del espejo y se la ató al cuello de forma pausada en un nudo doble Windsor. Todos sus movimientos eran ejecutados con una lánguida lentitud, como un ritual que debía celebrarse de manera precisa, saborear cada instante, cada segundo, hoy iba a ser un día señalado y quería afrontarlo con garantías, siempre desde la elegancia, pues el saxo siempre suena mejor cuando estás bien vestido.
Ven mi Lady, ven al piano a sentarte junto a mí
la silla es grande y yo me echaré a un lado,
cantemos esa canción de cuando éramos niños,
¿Te acuerdas? Esa que cantaba Bessie Smith
con su voz descosida:
“After you’ve gone”.