Noche de San Valentín

Noche de San Valentín, cena con velas para dos sobre una mesa de madera vestida por un largo mantel malva que roza el suelo escondiendo el fuste central de la mesa y los cuatro pies de madera ya gastada por las pisadas sobre los que se sustenta. Una cálida luz tenue ilumina el orondo cuerpo cristalino y sin talles de dos copas, separadas por un centro de lirios abrazados por siete rosas, bañadas por el tanino de un gran reserva de sabor astringente y color violáceo, pero muy mediterráneo; una elección especial escogida con el mimo y el entusiasmo de quien sabe celebrar los grandes momentos, y esta noche iba a ser uno de ellos, por lo que bien merecía una pequeña concesión veleidosa.
Chet Baker al fondo sopla su trompeta, acompañando el ambiente, solapando el incómodo silencio de ecos y humedades que envuelve a las casas de ciudad, delgadas paredes que parecen escuchar tus conversaciones para luego reproducirlas ante personas extrañas mostrando la impúdica intimidad de tu privacidad. La chica alza su copa de vino con aire ceremonial, cuasi litúrgico, para brindar con el amante al que mira con los ojos inundados en luz y deseo, hambrienta de noche: “¡Ay, Steve!, si tuvieras treinta años menos, podríamos celebrar esta noche desbocada olvidando riendas y estribos que nos sujeten”; y el vibrar de los cristales se hizo presencia; ella toma un sorbo de vino paladeándolo deleitosa en su boca, sintiendo el cuerpo y el sabor de la barrica, gozando cada segundo de la crianza; mientras, él sostenía su cigarro en la boca con la misma actitud desafiante y mirada segura de hace treinta años que todavía conservaba en aquella fotografía tomada poco antes de morir, y que escuchaba, cual amante experimentado, agarrado a su bajo Hayman 5050, los deseos más inconfesables de su compañera de mesa.
imagen de Steve Currie, bajista de T-Rex
Este pequeño relato está enfocado desde el punto de vista de la cica, pues surgió a raíz de una conversación sobre gustos musicales, en los que ella mostró su amor incondicional hacia Steve Currie, bajista de la banda de glam rock T-Rex, por lo que no es autobiográfica. En lo personal, no tengo, ni he tenido nigún amor platónico parecido, no ha habido una "rock star" femenina que me haya atraido especialmente, aunque el rock tiene chicas muy guapas, quizás Crissie Hynde me causase más simpatías en mis tiempos mozos, aunque lejos de idolatrias, me gustaba su presencia escénica, su saber estar frente al micrófono, y unas composiciones que, sin ser el rock duro que escuchaba entonces, me parecían muy interesantes; pero bueno, esto forma parte de mis historias internas que a nadie le importan. Para terminar, y que no sea una entrada tan corta, pondremos un vídeo de la banda a la que perteneció Steve Currie por si hay algún despistado o neófito musical que no conozca al grupo.

2 comentarios:

  1. Un relato muy interesante y que deja con ganas de leer más. Te animo a que sigas trabando en él y siga creciendo...

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    1. Hola, disculpa el retraso en responder pero es que juraría que ya te había respondido, quizás la escribí y no la publiqué, no sé, vete a saber qué hice.
      Tendré en cuenta tu sugerencia, aunque tampoco sabría bien como ampliarlo, pues salvo que lo incrustes en otra historia diferente no veo mucho margen, pero bueno, tampoco soy especialmente imaginativo con estas cosas, pero alguna vuelta le daremos.
      Saludos.

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