La glaciación emocional de Haneke

-¿Por qué lo hiciste?

-No lo sé, tan sólo quería saber cómo era.

-Cómo era el qué.

-No lo sé.

Fragmento de un diálogo perteneciente a la película El vídeo de Benny

La trilogía sobre la glaciación emocional fue rodada por Haneke en la primera mitad de los noventa, y nos introduce de una manera aterradora en las entrañas de las sociedades burguesas austriacas, sodomiza nuestra moral, nos invita y nos obliga, a introducirnos en las casas ajenas para observar, desde la pulcra distancia, vidas aisladas de sí mismas que parecen terribles y frías, pero que a lo mejor no estamos tan lejos de ellas.
Cartel de El séptimo continente, la primera película de la trilogía basada en la glaciación emocional dirigida por Michael Haneke
Esto son algunos conceptos introductorios de esta trilogía marcada por el reflejo de la soledad y de la vida, en una sociedad violenta y egoísta. Una sociedad que se irá diseccionando más en detalle conforme avance el artículo, introduciendo los elementos que Haneke utilizará posteriormente en sus siguientes películas. Aquí os invito a leer la reseña sobre La pianista.
Como toda trilogía, consta de tres títulos, que son: El séptimo continente, El vídeo de Benny, y 71 fragmentos de una cronología del azar, no quiero tratarlos por separado como tres reseñas diferentes, voy a tratar de ir entremezclándolos, pues ambos se basan en los mismo preceptos.
La glaciación emocional referida por Haneke, nos muestra un mundo deshumanizado, en un sentido de un individualismo atroz, de una incomunicación social que nos lleva a ser una especie de robots apenas guiados por la rutina. Y es que la rutina es el gran elemento clave de la trilogía, una rutina rodada de forma obsesiva, incluso enfermiza, los personajes, como elementos narrativos, desaparecen en gran medida, quedando sólo sus acciones, sus actos: lavarse los dientes, ducharse, vestirse, ponerse los calcetines, comer, etc. Toda esta rutina está rodada desde la más absoluta frialdad, carente de músicas incidentales, o cualquier otro ornamento. Vemos pasos, vemos bricks de leche, cepillos de dientes, un entrenamiento de ping-pong, o un túnel de lavado que metaforizará posteriormente en una televisión sin imagen, pero no vemos a personas hasta que no es necesario. Podríamos decir que primero nos "rutiniza" y después nos narra, y eso si somos afortunados, pues en 71 fragmentos, apenas nos narra, tan sólo nos "rutiniza", nos va recordando la violencia del mundo que nos rodea: los Balcanes están hirviendo en plenas guerras civiles y limpiezas étnicas, y en medio de todo este caos que aparenta un sin sentido, una niña en el colegio finge haberse quedado ciega de repente.
Hemos comenzado la historia y la trilogía, empezamos a conocer a los padres, que debidamente acuden a la llamada de la profesora que los informará del acto. Parece una travesura, parece que la madre muestra interés en la educación de la niña, pero poco a poco vamos viendo que la niña se siente sola, veremos las mencionadas comidas familiares silenciosas, las letanías rutinarias previas a dormir, veremos como la vida no es tan cómoda como su situación económica pudiera indicar.
Fotograma de Eve, la niña de El séptimo continente fingiendo haberse quedado ciega
La situación económica es otro factor clave en la trilogía glacial y en todo el cine de Haneke, a excepción quizás de El tiempo del lobo y su adaptación de la obra de Kafka El castillo, así pues en El vídeo de Benny se nos sigue mostrando a esa misma familia adinerada de la obra anterior, pero esta vez el niño es adolescente, catorce años, aficionado a los vídeos violentos, y que parece que nunca ha sido carente de nada, pues cuenta en su propio cuarto con todo un sistema de videovigilancia desde el cual controla toda la casa; nos estamos adentrando en un voyerismo obsesivo. El cuarto representa un mundo aparte, un mundo aislado de la sociedad, un templo de incomunicación al que los padres acceden de manera protocolaria, como quien pica una ficha en el trabajo; los padres hablan con el hijo como un algo que hay que hacer. El vídeo de Benny no muestra tanto una rutina (a excepción del momento en el que vemos limpiar la leche del mueble, algo intrascendente en principio si no fuera porque ese mismo plano, esa misma imagen, ese mismo movimiento de trapo, ya lo hemos visto anteriormente, salvo que antes no era leche), en general, se centra más en la soledad, en el aislamiento, en el yo personal y familiar que debe prevalecer a costa de lo que sea, en un doble juego moral que da escalofríos. Pero no veamos la soledad o el aislamiento como amortiguadores o justificantes de nada, pues lo que verdaderamente marca el film es la frialdad, una frialdad tan aséptica y desprovista de todo elemento causatorio que asusta y aterra. Una frialdad que nos muestra la muerte de un cerdo mediante una pistola eléctrica, imagen mostrada a través del monitor que Benny está contemplando como si se tratase de dibujos animados, vemos arrastrar al cerdo, lo oímos chillar como intuyendo su fatal destino, finalmente lo vemos morir, lo vemos ser arrastrado ante el regocijo popular, lo vemos dejar un rastro de sangre por el suelo, y vemos al padre disfrutar de la matanza. Sí, es un cerdo, el cerdo se come, las matanzas son actos tradicionales en pueblos, pero no por eso deja de ser una escena cruel, y esa escena nos esta anticipando el momento principal de la obra.
Cartel de El vídeo de Benny, la segunda película de la trilogía basada en la glaciación emocional dirigida por Michael Haneke
Hemos visto que esa crueldad es transmitida por un vídeo grabado, que se rebobina hacia atrás y hacia adelante, es un trozo de vida capturado y puedo jugar con él, juego que será explotado en su máxima dimensión y enferma crudeza en Funny Games, pero eso no será tratado aquí. Así pues, ya tenemos el vídeo, la imagen grabada, lo audiovisual, otro elemento clave de la trilogía y de la filmografía de este geniecillo austriaco llamado Michael Haneke.
Seguimos avanzando y nos situamos en mitad de los noventa, los noticiarios bombardean noticias sobre las atrocidades y genocidios que se están cometiendo en los Balcanes, sobre las revueltas haitianas contra la dictadura de Arístide, sobre la guerra fría, violencia, violencia y más violencia, bombardeo que nos va anestesiando e inmunizando, y en ese adormecimiento nos muestra la rutina, un entrenamiento de ping-pong, tres minutos viendo al palista devolver las pelotas lanzadas por una máquina (prometo que se hacen eternos), vemos al joven como si fuese otra máquina, realizando movimientos automatizados, incluso cuando el lanza bolas no dispara. En 71 fragmentos... volvemos a la rutina solitaria de colchones húmedos de lágrimas, a ese “te quiero” tomado como una ofensa y al que se le exigen explicaciones que vendrán dadas en forma de bofetada, devolviéndonos al mundo glacial y absurdo que rodea la vida de los personajes. Un mundo absurdo que te lleva a vivir situaciones absurdas y a tomar decisiones absurdas que desembocan en tragedia. En 71 fragmentos de una cronología del azar, vemos el contraste entre el niño inmigrante que sabe lo que es no tener nada y robar para sobrevivir, que valora tener una familia, y el joven que lo tiene todo y es incapaz de soportar el estrés, respondiendo a la tensión con violencia extrema, pero también vemos a la directora del banco hablar a su padre como un desconocido, como una carga molesta, volviendo a aparecer el tema de la incomunicación social que ya hemos mencionado en este artículo con anterioridad.
cartel de la película 71 fragmentos de una cronología del azar, que cierra la trilogía sobre la glaciación emocional que dirigió Michael Haneke
La primera y la tercera película son hechos reales, son noticias que el director encontró en los periódicos y que le llamaron la atención. Cabe señalar aquí que Michael Haneke es filósofo y psicólogo de formación, de ahí esa indagación constante en la mente del ser humano y en los problemas que les acechan, que principalmente vienen de su propio interior, del propio hombre, siendo el hombre el mayor enemigo del hombre. Son noticias reales como la que la madre de Eva, la niña de El séptimo continente, descubre en la mesita de su hija recortada de un periódico: “ciega, pero nunca está sola”, y que inevitablemente conlleva el eterno pensamiento de «"¿lo estaré haciendo bien como madre?"». Nada nos da que pensar que no es así, toda madre tiene fallos, pero esos fallos no desembocan en conversaciones sobre la muerte, y mucho menos en una carta a los padres, con los que acabas de pasar tus vacaciones, en la que les informas de que te vas a suicidar junto a tu familia, Eva incluida, pues ella ha manifestado que no le asusta la muerte, es más, la acogería con agrado. Este suicidio colectivo es el hecho sobre el que rota El séptimo continente, pero el hecho como tal no es tan trascendente, es más trascendente el planteamiento y la ejecución de ese hecho, la planificación de tu muerte como quien se organiza unas vacaciones, la eliminación de todo elemento material previo al último día, con el momento cumbre del acuario, un elemento que está representando la vida en la destrucción que va a preceder a la muerte, y que por una cierta lógica es destruido, convirtiéndolo entonces en un elemento de muerte. Es ahí donde Haneke vuelve a introducir su bisturí en la crueldad, ver a los peces agonizar fuera de su acuario, aletear impotentes en el suelo, asfixiándose en el aíre sin agua, ante las lágrimas de la niña y la madre, generando un curioso contraste: ellas están dispuestas a morir, pero no a matar a unos peces, que son inocentes y no tienen culpa.
Fotograma de El vídeo de Benny en el que se muestra al cerdo a punto de ser sacrificado
Al igual que tampoco tiene culpa y es inocente el cerdo que grita en su San Martín, pero Benny actúa con una frialdad propia de quirófano, un mero acto, simple, nos recuerda lo que es la vida y la muerte, un acto, un gatillo, un botón, un simple gesto de una mano nos separa de estar vivos o de no estarlo, siendo el mecanismo que regula ese acto lo fascinante. Los condicionamientos legales y morales nos impiden a la mayoría ser ejecutores, por lo que si nos despojamos de esa camisa de fuerza podemos asesinar personas con la misma impavidez con la que matamos una mosca y la vemos morir agitando sus patas y sus alas, pero sin poder volar hasta que por fin se queda quieta. Las personas no somos moscas, ni siquiera somos cerdos, ¿o sí?. Al final la vida va de vivir experiencias, qué tiene de especial ésta como para no vivirla. Pero este pensamiento quizás no es el que más miedo dé, es mucho más aterrador el pensamiento de los padres cuando presencian la experiencia de su hijo a través del monitor de su habitación, (de nuevo vemos una realidad a través de una videocámara), pues sí bien los padres son lo suficientemente hipócritas para no ser ejecutores, y por tanto ellos no dispararían, si que gozan con el sufrimiento del cerdo, reaccionan con temor ante lo que le pueda pasar al niño, convirtiendo un asesinato en una travesura (exagerando un poco), pero eximiéndolo de toda culpa y encubriéndolo en un acto de sobreprotección que conlleva un viaje a Egipto con la madre para descansar, mientras el padre se encarga de solucionar “este pequeño accidente” de su hijo: la matanza de su propio cerdo. Este consentimiento extremo no suele desembocar en nada bueno para un hijo, ni tampoco para los padres, que en otro acto sin mucha justificación o lógica son agredidos por el boomerang de una vida que se vuelve contra ellos en una bonita paradoja final.
Cartel de 71 fragmentos de una cronología al azar, la tercera y última parte de la trilogía basada en la glaciación emocional dirigida por Michael Haneke
Hasta aquí este artículo, recordemos brevemente los tres pilares que sustentan el cine hanekiano: el mundo audiovisual, televisiones o cámaras; la televisión es lo único que se salva en El séptimo continente, la familia muere tumbada viendo la televisión, la cual ha dejado de emitir, aquí el director muestra un curioso efecto que repetirá en El vídeo de Benny y en Funny Games sobre todo. El otro elemento destacado es la violencia, violencia extrema que nunca, o casi nunca, es mostrada en pantalla, la acción se desarrolla fuera de plano, recurso que se repite mucho a lo largo de su filmografía; y por último los problemas de las sociedades burguesas austriacas, su decadencia y su egoísmo. Sobre estos ejes sobrevuelan la soledad, la incomunicación, la rutina, y por ende, el vacío existencial.
No es una trilogía fácil de ver, pues en parte se trata de hacerte sentir exasperado con lo que estás viendo, sentir la rutina y el no pasa nada de El séptimo continente y 71 fragmentos, de sentir un esperpéntico asombro ante El vídeo de Benny, que para mi gusto constituye la mejor de la trilogía, y es junto a Funny Games, la película que más insultos me ha acarreado por prestársela a algún amigo.
Aquí dejo un par de trailers.

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